Lucrecia Rivera: la mujer que heredó la fruta como forma de amor

Desde Costa Rica, su historia nos recuerda que la tierra no solo se cultiva: también se cuida, se honra y se comparte.

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Hay historias que no necesitan cifras para conmover. La de Lucrecia Rivera Robles, agricultora costarricense, es una de ellas. Desde los siete años, acompañaba a su padre a la feria del agricultor. Hoy, con más de treinta años de presencia en la feria del agricultor en Santa Ana, sigue vendiendo frutas con la misma ternura con la que aprendió a hacerlo: como quien ofrece algo más que alimento.

Papaya, melón, sandía, piña dorada, mango-mora, guayaba… cada fruta que Lucrecia cultiva y transporta desde Siquirres lleva el sabor de la tierra y el cariño de generaciones. “Mi papá ya descansa, pero me dejó esto: la fruta, la feria, la gente”, dice con voz serena, mientras acomoda sus productos en el puesto que abre cada domingo al amanecer.

Su jornada empieza el sábado, con un viaje largo y la necesidad de dormir esa noche en el camión o bajo la tarima de su puesto en la feria. Atiende desde las 4 de la mañana, sin que el cansancio opaque la sonrisa. “Aquí se hacen amistades. Lo principal es que nos sigan apoyando”, comparte con humildad.

Desde Tiquicia Aragón, su historia nos interpela: ¿cuántas Lucrecias hay en nuestros pueblos, sosteniendo con sus manos el vínculo entre campo y comunidad? ¿Cuántas veces hemos olvidado que detrás de cada fruta hay una vida sembrada con esfuerzo?

Lucrecia no solo vende frutas. Cultiva confianza. Y en tiempos donde lo cercano vuelve a tener valor, su historia nos recuerda que la tierra, en Costa Rica, en Aragón y donde sea, cuando se cuida con amor, siempre da frutos.